miércoles, 8 de junio de 2011

El puritano horror a unos calzones

Anthony Weiner en lugar de enviar un “mensaje directo” por Twitter a una conocida – con una foto del propio Weiner en calzoncillos- apretó el botón equivocado y envío la fotografía “inapropiada” a todos sus seguidores en Twitter.

Este error de dedo – y habrá quien dirá que de juicio – del pobre Weiner ha destrozado su carrera, su reputación pública y, probablemente, sus relaciones maritales y familiares para regocijo de los medios de comunicación y de muchos políticos en los Estados Unidos, quienes se han dado un festín de moralina, vestiduras rasgadas (ojo: las “vestiduras rasgadas” tienen una connotación moral buena, pero los calzoncillos puestos de la fotografía de Weiner no la tienen), escaramuzas electoreras y prédicas santurronas.

Todo esto porque Weiner es representante (en México diríamos diputado) por Nueva York del Partido Demócrata.

Tal vez yo sea un libertino y un cínico pero a mí me alarma mucho más, desde el punto de vista moral, que diarios presuntamente serios como The Washington Post, The Wall Street Journal y muchos más desplieguen en sus primeras planas la triste historia de la foto “inapropiada” de Weiner como si se tratase de una información relevante para la vida y el futuro de Estados Unidos y del mundo; tal parece que la marcha del cosmos ha sufrido un accidente terrible porque un político neoyorquino en sus momentos de hastío se entretenía intercambiando imágenes poco decorosas, (oh, sí, de connotación sexual) por la red, como otros matan el tiempo resolviendo sudokus o viendo “reality shows” en la televisión.

Pero los medios sólo parecen reflejar las reacciones de los propios políticos ante este incidente – bochornoso, pero irrelevante- que protagonizó uno de sus colegas. La líder de los demócratas en la cámara de representantes, la lenguaraz Nancy Pelosi (hagan de cuenta el profesor Moreira en versión femenina y californiana), ha anunciado que el Comité de Ética de la misma cámara investigará el asunto para determinar si acaso Weiner hizo mal uso de los recursos públicos al enviar imágenes indecorosas por la red (todo indica que no, desde luego, y que tales actividades eran una curiosa manera de gastar sus propios recursos y su tiempo libre). Algunos republicanos así como los auto-denominados conservadores poco menos que están proponiendo quemar en leña verde al pecador Weiner para escarmiento de otros depravados (así les llaman) y para mostrar el buen camino a las jóvenes generaciones.

Los políticos, a su vez, ¿reaccionan así espontáneamente o son azuzados por los medios y los editores de los medios ávidos de mostrar en sus ediciones de mañana algo que conmueva, escandalice u horrorice al mundo? Sospecho que es un juego de mutuas provocaciones entre medios y políticos, teniendo ambos grupos en mente a esa terrible abstracción que es un monstruo de millones de cabezas: la sociedad, los electores.

¿Son así de hipócritas y puritanos bobos los estadounidenses en promedio? No lo sé. Pero todo eso es lo que me asusta y escandaliza, no la imagen de un pobre político aburrido en calzoncillos.

En México tenemos fenómenos parecidos. Por ejemplo, uno de los periódicos favoritos de las clases medias y altas de la ciudad de México, el Reforma, con gran frecuencia recurre a esta lógica que mezcla moralismo con morbo, hipocresía con denuncia, inquisición periodística con inquisición de vieja metiche. Y tanto éxito ha tenido dicho diario, una incursión avasalladora de cierto periodismo aldeano y regiomontano “made in USA” (hasta sus normas de estilo son una copia extra lógica de manuales de prensa amarillista local de Estados Unidos, mal adaptados a la sintaxis del español), que muchos otros diarios con frecuencia imitan ese mecanismo de la falsa proeza periodística: poner a las personas de la vida pública en calzoncillos virtuales para regocijo de un público morboso, aburrido, enojado, impotente…

Y si no hay fotos en calzoncillos ese falso periodismo se las inventa mediante la provocación y la maledicencia anónima, escudada en el formato de “columna de trascendidos o información de buena fuente o receptáculo de chismes del mundillo político, financiero y de negocios”.

En tales columnas el mecanismo de provocación, para fabricar noticias donde no las hay, funciona más o menos así: primero, se publica en la columna de chismes algo como “se dice en los pasillos de tales oficinas que Fulano o que Zutana están malgastando el dinero de los contribuyentes…”, ¿quién lo dice?, ¡quién sabe!, pero es obligatorio creerle a la columna anónima porque “están muy bien informados”; segundo paso: Fulano o Zutana, asustados por el “temor a ser cachados y exhibidos como pecadores públicos”, reaccionan más o menos airadamente y buscan que el diario reivindique su reputación puesta insidiosamente en duda. Tercer paso, el diario “atiende” a su peculiar manera los deseos de los agraviados por la maledicencia escrita y, partiendo del axioma de que todos los señalados por su dedito flamígero son culpables, tergiversa las aclaraciones (o, en el mejor de los casos, las publica perdidas en las páginas interiores bajo el apasionante encabezado de “réplica”) y así logra, con gran economía de talento, dos grandes éxitos: tiene a los sospechosos comiendo de su mano, temerosos y reverentes, y a su público feliz con la exhibición de otra bajeza - real o supuesta- del prójimo y tal vez convencido de que tal porquería impresa (o en la red) es el “no va más” del periodismo valiente y de investigación, periodismo independiente y de denuncia ciudadana. ¡Quítense Woodward y Bernstein que ahí les va su “Templo Mayor”!

Lo curioso es: ¿por qué hay tanta gente que le tiene tanto miedo a esta pandilla de irresponsables, chismosos, maledicentes y frecuentemente calumniadores?, ¿por qué se fatigan en complacer a la dictadura de puritanos hipócritas y los cultivan con carantoñas y complacencias? Sospecho que es por lo que se llama “mala conciencia”.

La “mala conciencia” es una denominación inventada por Nietzche y retomada por Sartre que describe la incomodidad de quien sabe que no actúa de acuerdo con los valores morales que presume, (no confundir con la auténtica culpa, que obedece a un genuino malestar interior y personal, no socializado, por los daños causados a otros, a nosotros mismos, tal vez a Dios mismo, por alguna acción u omisión).

Así que ya saben: si acaso tienen mala conciencia o temor a ser cachados y exhibidos… ¡tengan mucho cuidado al apretar el botón de “enviar” en Twitter o en el correo electrónico! El fatuo tribunal de las viejas chismosas y puritanas seguramente los está viendo.

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