lunes, 2 de mayo de 2011

Una esquela para Bin Laden

De regreso del campo, tempranito, leo los periódicos en Internet. Así me enteré de que Osama Bin Laden había desparecido de la faz de la tierra.

Ustedes disculparán, pero a las 11 de la noche del domingo pasado (que fue más o menos cuando el presidente de Unidos, Barack Obama, hizo el anuncio oficial de la muerte del desquiciado que enlutó al mundo un 11 de septiembre) yo estaba dormido. En el campo hay que levantarse temprano y, debo confesarlo, es una delicia empezar la faena antes de que salga el sol que más tarde, por estos rumbos, suele castigar con rigor.

Me llamó la atención que casi todos los periódicos mexicanos de la capital usaron el mismo verbo: “matar”. Los gringos, en breve, habían matado al tipo ese, a Bin Laden. Sólo La Jornada, créanlo o no, optó por un titular convencional, menos estridente y sólo La Razón supo elegir un titular inteligente: “Osama Bin Laden se acabó”. Eso es la noticia de fondo, lo demás es alharaca, ideas preconcebidas acerca de la maldad intrínseca de todo lo que sea Estados Unidos y ganas de vender periódicos ayunas, por cierto, de la menor estrategia inteligente.

Horas más tarde leí cómo en Twitter el director de La Razón, Pablo Hiriart, ironizaba preguntándose por que la progresía mexicana (que es especialmente retro y primitiva) no había publicado alguna esquela participando el fallecimiento de Bin Laden. Tal vez porque su muerte se anunció muy tarde y a esa hora los periódicos ya no aceptan inserciones.

Sí, pero no habría sido sorprendente que algún grupo de subnormales intoxicados de consignas que alguna vez fueron de izquierda, publicase: “Lamentamos profundamente el fallecimiento de ese luchador social que fue el señor Osama y condenamos enérgicamente su asesinato a manos de las fuerzas armadas del Imperio. No más sangre. Venzamos al crimen con poesía y gasto social”.

Porque en la lógica del retro-progresismo que padecemos en casi toda América Latina un luchador social es cualquier sujeto que atropella, viola la ley, ultraja, injuria, miente pero lo hace con el corazoncito inflamado de “buenos sentimientos”. ¿No era eso el tipejo Bin Laden? Cierto, fue el responsable de cuando menos tres mil muertes absurdas de otros tantos inocentes, cuyo pecado, a los ojos de estos fanáticos, fue ser infieles occidentales que vivían en Nueva York y trabajaban en las desaparecidas Torres Gemelas, o su pecado fue tomar un avión para atender un negocio, para visitar a un pariente o a una persona amada. Todo eso son minucias para un “luchador social” como lo fue Osama (“Os odia”, en realidad), pequeñas incidencias irrelevantes en el magno proyecto de un mundo diferente.

Sí, se extrañó una esquela (una, al menos) de la progresía, que aprovechase el asunto de la muerte de Bin Laden. Una esquela que nos recordase que aún hay subnormales para los cuales, tratándose de “causas santificadas por el adjetivo social o religioso”, no hay escrúpulo moral que valga. Todo se vale “por el bien de la causa” como en aquella novelita de Solyenitzin (¡uy!, ya cité a otro enemigo de la lucha, me van a llover vituperios por el atrevimiento).

Por fortuna, ahí estuvieron, a falta de esquelas y manifiestos inflamados, los sesudos comentarios de personajes como Federico Arreola, quien sentenció con ese aplomo característico de los que jamás entienden de qué hablan: “no se hizo justicia, se cometió un asesinato”. Desde donde esté el señor Bin Laden, don Federico, le va a guiñar un ojito como señal de aprobación. Bien hecho, Fede, nunca cambies.

Y ahí estuvo el sedicente legislador Mario de Constanzo trinando (tuiteando) tonterías: “la barba de Bin Laden se parece mucho a la de Diego Fernández de Cevallos, aquí hay gato encerrado” y otras supuestas gracejadas que llevaron a otro tuitero a recomendarle a don Mario: “Váyase a dormir, pero de ser posible para siempre”.

Lo políticamente correcto es lamentar que los torpes comandos estadounidenses no atrapasen vivo a Bin Laden y no lo llevasen de inmediato a unos estudios de televisión para que algún locutor, de capacidades diferentes, lo entrevistase en cadena televisiva multinacional: “¿Y dígame, Osama, qué sintió cuando supo que había matado a más de tres mil infieles?”.

Lástima, los gringos son torpes. Otra cosa habría sucedido si la operación para detener a Obama hubiese estado a cargo de nuestros retro-progresistas: hoy estaríamos mordiéndonos las uñas esperando los resultados de una mesa de negociación entre Obama y algunos funcionarios retro-progresistas, para ver si “la solución” al terrorismo es repartirles tierras a los terroristas, darles más subsidios o prestarlas por tiempo indefinido la plaza principal de la ciudad para que dispongan de ella como mejor les plazca.

Bien, no hay que desesperar. Muy pronto, hoy mismo si mucho me apuran, la progresía local y la progresía trasnacional sabrán reaccionar y reivindicar, “por el bien de la causa” ¡faltaba más!, a ese luchador social caído en la lucha contra el imperio, el neoliberalismo, la tiranía del mercado, la mafia que se adueñó del planeta, y contra lo que se ofrezca. Ya verán.

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